miércoles, 6 de enero de 2010

COMIENZA EL BICENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN DE MAYO DE 1810…

… pero los hechos que culminaron con las definiciones asumidas en esa fecha comenzaron en la España sojuzgada por el imperio francés de Napoleón Bonaparte.
Esto es lo que cuenta José Luís Busaniche en “Historia Argentina”, edición de Solar/Hachette, de marzo de 1973.

En enero de 1810, un ejército francés traspuso la Sierra Morena y cayó sobre Andalucía sin que ningún obstáculo pudiera detenerlo. Era el triunfo incontestable de las armas francesas. La Junta de Sevilla había resuelto reunir Cortes para marzo de 1810, pero con la invasión, viose obligada a salir de Sevilla y a dirigirse a Cádiz, lo que hizo en medio de grandes trabajos: ya las poblaciones estaban soliviantadas contra tila y le atribuían todos los desastres"
Era Cádiz ciudad bien defendida que, por estar asentada en una isla (la de León) podía mantenerse a salvo sin grandes trabajos, protegida como estaba por la escuadra inglesa. Pero en la costa firme todo se había perdido. Una vez en la isla, los miembros de la Junta por propia decisión abdicaron en un Consejo de Regencia que asumió el cargo bajo el amparo de los cañones ingleses y sin otra representación que la otorgada por la Junta sin ningún poder para ello. El fundamento de este poder que se atribuía la Regencia le fue discutido al poco tiempo y con razón por los pueblos de América. Pero lo cierto es que en España se tuvo no solamente la sensación sino el convencimiento de que todo se había perdido. "La voz de que España estaba enteramente perdida se dilataba de pueblo en pueblo", dice un historiador español. Y así era en verdad. La misma afirmación se difundió por América. La dinastía de José I se había afianzado en enero de 1810 y el nuevo monarca se paseaba en triunfo por Andalucía. En tan difíciles circunstancias, el Consejo de Regencia se dispuso reunir Cortes en la ciudad de Cádiz. Es de imaginar lo que serían aquellas elecciones de diputados. Para emplear una expresión rioplatense diremos que fueron los diputados elegidos "a dedo" en la misma isla y hasta salieron diputados americanos. Con respecto a estos últimos conviene recordar una particularidad. "Para América — dice un autor español — se usó un procedimiento especial: allí no tenían derecho electoral ni las ciudades con voto en cortes ni las juntas creadas a semejanza de la Península en 1808; tampoco habían de votar los vecinos sino los ayuntamientos de cada capital de provincia, eligiendo a tres individuos, de los que por sorteo salía el diputado, reservándose el Real Acuerdo la resolución de las dudas que se ofrecieran. El objeto de tal especialidad era mermar la representación de América. De aplicarse la misma regla que para la Península, como la población de ésta era de 10.524.985 habitantes y la de América pasaba de 13.000.000, hubiera resultado que las provincias de ultramar dejaban de ser colonias para convertirse en metrópoli, o sea que sus diputados hubieran sido los predominantes en las Cortes. Ciertamente que ningún español peninsular podía admitir esto. Por toda América corrió este argumento incontestable: o somos españoles o no lo somos; si lo primero, trátesenos como a los de la Península; si lo segundo, formemos estados independientes". 

No le atribuimos tanto peso al argumento en el movimiento de independencia como le atribuye el autor citado, pero sirve, sí, para dilucidar la cuestión de si las poblaciones americanas eran o no colonias españolas. Claro está que lo eran. 
(PP 303 y 304)


Comisión del Bicentenario Quilmes

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