lunes, 19 de octubre de 2009

La Ley de Inmigración.


LA LEY 817
El 6 de octubre de 1876 fue sancionada la ley Nº 817 de Inmigración y Colonización, que significó un acontecimiento trascendental y de positiva proyección para el devenir demográfico del país.
Este instrumento legal fue promulgado trece días más tarde, es decir, el 19 de octubre de 1876.
La iniciativa de esta previsora ley le correspondió al entonces presidente de la nación Dr. Nicolás Avellaneda quien ejerciera su cargo desde el 12 de octubre de 1874 hasta el mismo día de 1880.
Antes la necesidad de aprovechar las grandes extensiones de tierra de nuestro país elevó al Congreso esta ley que daba pautas sobre la inmigración y la colonización.
Precisamente a él se debe una frase muy difundida en la época y que resumía un poco su pensamiento: "Todo está salvado cuando hay un pueblo que trabaja".

Conocida también como Ley Avellaneda, este instrumento legal conformaba una política sensata sobre ambos aspectos, es decir, que no anulaba las posibilidades de la inmigración espontánea, pero daba oportunidad de realizar una adecuada selección de los inmigrantes. Permitió además la distribución más equitativa de los territorios a colonizar.
La Ley de Inmigración fue producto de una época difícil y constituyó un conjunto de normas, muy sumarias, con el fin de captar trabajadores manuales en gran cantidad para desplegar intensamente las tareas en el campo.
En ella se definía los requisitos y procedimientos propios de aquella época, siendo uno de los aspectos más importantes el que ella complementaba y asignaba extensividad a las disposiciones constitucionales, por cuanto tuvo la virtud de inaugurar el equipamiento de los derechos civiles de los argentinos y de los extranjeros, proporcionado una trascendente unidad en los aspectos laborales, institucionales y de productividad, que se concretaron en el extraordinario desarrollo integral de todos los sectores del quehacer nacional.
Inmediatamente después de la promulgación de la Ley 817, comenzó su difusión en todos los países, fundamentales en Europa y allí, haciendo mayor hincapié, en Italia y Austria.
En estas dos naciones se nombraron agentes de inmigración que debían ser quienes organizaran las tareas relativas a hacer conocer a fondo las ventajas que ofrecía el gobierno argentino a toda persona que quisiera radicarse en este territorio para colonizarlo.
En la zona que en ese momento pertenecía a Austria la campaña fue fácil, no así en Italia que se resistía a dejar salir en forma masiva a sus hijos para radicarse en otro país.
De cualquier manera, por el empeño puesto de manifiesto por el Cónsul Argentino en Génova, Dr. Eduardo Calvari, por la labor inicial de los agentes de inmigración y por el gran interés despertado en la gente que por sí misma proporcionaba la idea, muchos fueron los interesados en embarcarse hacia América para iniciar una nueva vida.
http://www.regionnet.com.ar

sábado, 17 de octubre de 2009

SAN MARTIN Y YO

LA ASOCIACION CULTURAL SANMARTINIANA DE QUILMES
Presenta

San Martín y Yo

Esta obra trata una historia ubicada en el tiempo actual y de contenido ficticio, en la cual uno de los actores representa un joven de estos tiempos que , en una noche de lectura referida a la vida de San Martín, se queda dormido entrando en un sueño profundo.
En ese momento de sueño se le aparece el General, ya anciano y radicado en Francia, que con curiosidad quiere saber quien es. A partir de allí se generan una serie de diálogos entre ellos que pasa desde lo que sucede en la actualidad hasta comentarios de San Martín referidos a su campaña libertadora , y en muchos de estos diálogos se transita desde lo risueño hasta lo emocional y dramático . La acción finaliza cuando retorna del sueño en que estaba sumergido y remata el final con una sutil reflexión.
Todo el contenido de esta obra esta referida a datos históricos respaldados por el Instituto Nacional Sanmartiniano , quien presto su colaboración en que los diálogos allí generados sean de rigor histórico.
La dirección y producción de la misma esta a cargo del actor Nito Artaza con el rol actoral de Pablo Napoli y Jorge Antoñana.
Consideramos que esta obra no puede dejar de verse y disfrutarla en Quilmes
VIERNES 6 DE NOVIEMBRE - 21.00 HS

Dirección y Producción
NITO ARTAZA
Actores
Pablo Nápoli
Y
Jorge Antoñana
RESERVA ANTICIPADA DE ENTRADA
VALOR $ 15.-
CAPACIDAD LIMITADA - RESERVAS A: Tel. 4224-0765 4254-2548
Sociedad Española – RIVADAVIA 129 1°PISO – 21.00 HS

De túneles y barcos


Gacetilla de Prensa:

Comisión del Bicentenario de la Patria
1810-2010 de Quilmes
Ciclo “Camino al Bicentenario”

Invitamos a Ud., y familia, a la Video - Conferencia

"De túneles y barcos: investigación y gestión de Patrimonio Arqueológico en Buenos Aires"
a cargo del Dr. Marcelo Weissel


Programa Historia Bajo las Baldosas
Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico Cultural de la Ciudad de Buenos Aires
Dirección General de Patrimonio e Instituto Histórico
Ministerio de Cultura
Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Miércoles 21 de Octubre - 19,00 hs
Colegio de Abogados - Salón Auditorio
Alvear 414 Quilmes Se ruega puntualidad

CV
Doctor de la Universidad de Buenos Aires, Área Arqueología (2008), Licenciado en Ciencias Antropológicas orientación arqueológica, Facultad de Filosofía y Letras - UBA (1997). Consultor en estudios de impacto ambiental para proyectos de infraestructura como gasoductos, represas, minería y obras hidráulicas urbanas en Patagonia, Mesopotamia y la región Pampeana (1997-2008). Director Programa Historia Bajo las Baldosas (2002-2009), Ministerio de Cultura Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico Cultural de la Ciudad de Buenos Aires. A través de “Bajo las Baldosas” se ofrecen actividades a más de 40.000 participantes anuales, principalmente alumnos y maestros de escuelas públicas de la Ciudad.
Miembro Fundador del Comité Pro Rescate Arqueológico de La Boca y Barracas (1995). Miembro de la Asociación de Arqueólogos Profesionales de la República Argentina (1997-2009). Académico de Número de la Academia de Historia de Buenos Aires (2008). Académico de Número de la Comisión de Investigaciones de la Manzana de las Luces (2009). Promotor constante de la Refuncionalización de la Barraca Peña, barrio de La Boca. Miembro de la Asociación de Guías de Turismo de la Ciudad de Buenos Aires (1999-2009). Director del Área Arqueología Historia y Patrimonio de la Fundación “Félix de Azara” CEBBAD CONICET -Universidad Maimónides (2001-2009). Profesor Invitado Arizona State University – Universidad Di Tella (2006-2009 Proyectos: CAINA, BOCA, RIBERA RIACHUELO, MANZANA DE LAS LUCES). Codirector Proyecto los Espacios de la Producción Arqueología Industrial en Buenos Aires, FADU UBA (2006-2009).
Autor de publicaciones y trabajos en reuniones y revistas científicas, como la Guía de Patrimonio Arqueológico de la Ciudad de Buenos Aires (2005), o la publicación del libro “Arqueología de La Boca del Riachuelo, puerto urbano de Buenos Aires” en forma simultánea en Argentina e Inglaterra.
En diciembre de 2008 realiza el descubrimiento más importante en la historia arqueológica de Buenos Aires: los restos de un mercante colonial español varado debajo del barrio de Puerto Madero. Director Proyecto Hallazgo de Puerto Madero – Misterios de un Barco en Buenos Aires (2009) Dirección de Patrimonio e Instituto Histórico GCABA. Actualmente desarrolla un programa de voluntariado social orientado al patrimonio.
Arqueología de Rescate
2008
Dique 1 Puerto Madero Zencity, Estudio Fernández Prieto. Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Emisario Cuenca C, Ministerio de Desarrollo Urbano GCABA.
Arqueología de rescate Monumento Histórico Municipal Casas de la Familia Costa. Secretaría de Cultura Municipalidad de Campana, Provincia de Buenos Aires.
2007
Remodelación Nuestra Señora de La Paz Catedral de Lomas de Zamora, Arzobispado de Lomas de Zamora - Comisión Nacional de Monumentos, Museos y Lugares Históricos.
Desguace barcos del Riachuelo, Prefectura Naval Argentina – Fundación Félix de Azara Unidad Ejecutora Obras para la Promoción Turística del Barrio de La Boca.
2006
Plaza 1 de Mayo. Rescate Arqueológico Antiguo Cementerio Victoria o de Disidentes. Convenio CPPHC – DGPAT. GCABA.
2002
Centro Clandestino de Detención y Tortura Club Atlético. GCABA.
2001
Obra Nueva Banco Galicia. Convenio Museo de la Ciudad.
Obra Banco Central de la República Argentina. Convenio Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, GCABA- Programa de Estudios Prehistóricos (CONICET) - Banco Central de la República Argentina.
1999
Saneamiento Habitacional de La Boca. Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico Cultural de la Ciudad de Buenos Aires. GCBA. Convenio Comisión Municipal de la Vivienda - Teximco SA y Carbe SA.
1998
South Convention Center. Dique 3 Puerto Madero. Convenio Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires - Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano.
Calle Dalmacio Velez Sarsfield. Convenio: Instituto Nacional de Antropología - Dirección de Patrimonio Cultural de la Provincia de La Rioja. Ciudad de la Rioja.
Cruce del Riachuelo Autopista Buenos Aires La Plata, sector Dársena Sur, Barrio de La Boca. CGP III - CCI Construcciones.
1997
Control de Inundaciones y Desagües Pluviales, sección Vuelta de Rocha del Riachuelo. Convenio Centro de Gestión y Participación III - Secretaría de Cultura GCBA - Fundación Museo Histórico de La Boca - Comisión Pro Rescate Arqueológico de La Boca y Barracas- Gualtieri SA.
Arqueología Urbana Plaza Roberto Arlt. Contrato con Programa Por la Memoria de Buenos Aires, GCBA.
1996 – 1995
Control de Inundaciones de La Boca y Barracas.

Bicentenario, por Carlos Fuentes

A fines del 2004, conversé en Santiago con el presidente de Chile, Ricardo Lagos. Estadista de amplia cultura y gran perspectiva, Lagos me puso al tanto de los preparativos para la celebración del Bicentenario de la Independencia de Chile en el 2010. Ésta es una fecha que compromete no sólo a Chile sino, en rara coincidencia, a los otros países que en 1810 iniciaron sus revoluciones de Independencia: Venezuela, Ecuador, Argentina y México. Señalé en estas páginas, hace unas semanas, el retraso mexicano en esta materia. A sólo cinco años de distancia, nuestro país carece de una Comisión del Bicentenario. Pronto me enteré de que un terceto de senadores, Raymundo Gómez Flores, Tomás Vázquez Gil y Enrique Jackson, ya habían presentado una iniciativa a efecto de crear una Comisión Organizadora tanto del Bicentenario de la Independencia como del Centenario de la Revolución. Acudí hace días al llamado de los tres senadores para reunirme con sus pares en el Senado de la República y alentar una efemérides que nos concierne a todos, como ciudadanos y como nación. Por ello cité el llamado de Ricardo Lagos, que es un modelo de inclusión: El Bicentenario, dijo el presidente chileno, "es una tarea nacional, que incumbe al Estado, al sector privado y a las múltiples comunidades en las que se desarrolla nuestra vida. Esta tarea sólo podrá realizarse con la participación activa de la ciudadanía: de trabajadores y empresarios, profesionales y técnicos, civiles y militares, intelectuales y artistas, profesores y estudiantes, conservadores e innovadores, creyentes y agnósticos, habitantes de las ciudades y del campo, de todas nuestras etnias y religiones, incluyendo la región internacional de Chile". El gobierno de Lagos ha creado una organización dual, presidida por el Presidente de la República. El Directorio Ejecutivo de Obras del Bicentenario aprovecha la efeméride para asociarla a un vasto programa de obra material e infraestructura. Si antes (México en 1910) el Centenario se celebró con monumentos como el Ángel de la Independencia y el Hemiciclo a Juárez, lo que Chile propone para el Bicentenario es un programa de obra material, infraestructura para el desarrollo, protección del medio ambiente y renovación de las ciudades. La Comisión del Bicentenario, por su parte, aconseja al Presidente el plan de actividades, políticas y programas para la Celebración. Muchos de estos proyectos, mínimos y originales, ya están en marcha. Encuentros en Universidades. Convocación de estudiantes. El programa "escuela solidaria" que pone en manos de maestros y estudiantes de secundaria proyectos para la educación media. La creación del premio bicentenario anual, que ya ha sido recibido por poetas como Nicanor Parra y estadistas como Gabriel Valdés. La creación de "bodegones culturales" a fin de rescatar el patrimonio local, identificar y proteger las artes y oficios. Hacer presente el Bicentenario en la red, mediante galerías de imágenes, galerías de iniciativas y --bella idea-- galería de sueños, es decir de deseos de los ciudadanos. Si señalo estas particularidades del programa chileno, no olvido sus referencias mayores, porque nos conciernen a todos los hispanoamericanos. Se trata de aportar ideas para una discusión abierta y plural sobre la nación que queremos. Se trata de animar la participación ciudadana en proyectos de desarrollo, crear redes de alianzas para el desarrollo, motivar iniciativas. Se trata de que el ciudadano se sienta parte de la sociedad y de la nación. Se trata de aprovechar la solidaridad latente en nuestros países. Se trata de crear un horizonte de posibilidades. Se trata de reflexionar juntos sobre nuestra trayectoria histórica. Se trata de anticipar el porvenir sin olvidar el pasado. Se trata de afirmar nuestra continuidad histórica dinamizando el presente. Se trata de aprovechar la ocasión para proponer un proyecto de nación incluyente y acordado. Doy las gracias al Senado de la República y a los senadores participantes en una reunión que, con fortuna, dará lugar a la Comisión Organizadora a fin de que, a paso acelerado, nos ponga en la primera fila, y no en el rezago actual, de una celebración que nos rebasa pero nos define. Pero México es águila bicéfala y al mismo tiempo que celebremos el Bicentenario de la Independencia, rememoraremos el Centenario de la Revolución. Creo que esto merece artículo aparte.
por Carlos Fuentes
Fuente:
www.clubdelprogreso.com

El general Mitre y el "chaquete"

Hallábase en el antiguo Hotel del Tigres, en breve temporada de veraneo, el general Bartolomé Mitre, gran apasioando jugador del "chaquete", y todas las tardes y noches en la terraza sostenía una larga partida con el señor Marco Avellaneda, diputado entonces y presidente de la Cámara.El docor Joaquín V. Gonzalez recién llegado de su terruño montañés, con esa viva curiosidad que traen todos los provincianos por conocer los grandes personajes de la capital, se acercó al serio y grave grupo y se puso a mirar l apartida como un reverente "pato".Después de una hora de hallarse allí los tres, sin hablar palabra, el general se dirige de súbito al novel diputado riojano y le pregunta:
-¿Entiende usted este juego?-No, señor general.-Y entonces, que entretenimiento puede hallar?-Señor, contestó al punto el interpelado: le parece poco interés hallarme en compañía del señor general don Bartolomé Mitre aunque sea sin entender el juego?-No deja de ser una explicación... concluyó distrídamente el prócer, y la partida siguió ta divertida como antes, hasta cerca de las doce de la noche.


Publicada en el diario "La Mañana" de 1911

Una mesa con historia

Deseoso de terminar con el caciquismo que impedía el ingreso de nuevas voces a la discusión política sobre la organización del país, Leandro Alem se propuso "encabezar una acción verdaderamente distinta, llamada a alumbrar un nuevo orden". En las convulsionadas décadas de 1880 y 1890 esto significaba quebrar con el orden conservador vigente y arriesgarse a la persecución política.Finalmente, el país consiguió llegar a la democracia sin recurrir a la revolución que ni Alem ni sus compañeros de lucha Carlos Pellegrini y Roque Sáenz Peña querían. Sin embargo, su gestor no alcanzó a ver concretada esa victoria.En 1896, amargado y desilusionado, Alem decidió quitarse la vida. Tras ordenar a su cochero: "¡Al Club del Progreso !" se pegó un tiro en la sien. Su cuerpo cayó sobre una sólida mesa de madera oscura que ocupaba el centro de una sala del club. Aturdido pero con determinación, su amigo Roque Sáenz Peña hurgó en los bolsillos de Alem y encontró una nota.En ella, el viejo radical exhortaba: "Perdónenme el mal rato, pero he querido que mi cadáver cayera en manos amigas". Y agregaba: "He terminado mi carrera, he concluido mi misión; para vivir estéril, inútil y deprimido es preferible morir". Las últimas líneas, sin embargo, eran la expresión de un profundo deseo, que luego se convirtió en el lema mismo de la UCR: "Que se rompa pero no se doble! ¡Adelante los que quedan!".La mesa en la que reposaron los restos de Alem instantes después de su suicidio se halla hoy en el hall principal del Club del Progreso como permanente recuerdo de uno de sus más carismáticos socios.



por Lucía Gálvez

ANTECEDENTES HISPANOS DE LA REVOLUCION DE MAYO

LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ESPAÑOLA Y LA GESTA DEL 2 DE MAYO DE 1808 EN MADRID. PROLEGOMENO DE NUESTRA INDEPENDENCIA.

Para entender lo que se denominó la guerra de la independencia española y la gesta del 2 de mayo en Madrid, debemos analizar la España de esa época. España, triste es recordarlo, vivía a la sazón el aquelarre de una monarquía corrupta, bajo el dominio absoluto de Carlos IV, un rey inepto y complaciente, y su esposa la reina María Luisa que, bajo la égida del gran aventurero Manuel Godoy, Príncipe de la Paz, después del Tratado de Basilea en 1795, minaba los cimientos mismos de la nacionalidad, en busca de fantasiosas y quiméricas apetencias de reinos y de imperios imposibles, ya fuera España, Algarves o cualquier otro reino cuya corona se encasquetara en su cabeza.
En virtud, de los tratados de Fontainebleau, las tropas napoleónicas al mando del mariscal Junot, franquearon los Pirineos en octubre de 1807. El 19 de noviembre siguiente, invadieron Portugal, junto con las fuerzas españolas a órdenes del general Juan Carrafa, motivo por el cual,“ipso facto”, la casa Real Lusitana emprendió su exilio, a sus posesiones del Brasil, ocho días más tarde. Setenta y dos horas después el mariscal Junot entraba triunfante en Lisboa.
Todos estos sucesos los vivió intensamente nuestro futuro Libertador, don José de San Martín, entonces capitán segundo del Batallón de Voluntarios de Campo Mayor. La mitad de esa unidad penetró en Portugal a órdenes de su comandante D. Cayetano Iriarte; integrando el ejército de operaciones destinados a aquel reino, que se puso a órdenes del general Solano, marqués del Socorro. La otra mitad sin duda alguna, debió permanecer en su guarnición de la ciudad de Cádiz. No existen constancias, en los Anales, de ese Batallón, que él hubiera intervenido en esa pseudo guerra, que se dio en llamar “de las Naranjas”.
Lo que sí sabemos es que todo ese cúmulo de sucesos fue fundamentalmente decisivo y formativo para el espíritu del joven oficial. La alianza ignominiosa de Francia con España que virtual y prácticamente era una capitulación anticipada frente al enemigo; la acción desembozada del ministro Godoy, que, como ya hemos señalado, aspiraba a suceder a Carlos IV en el Trono; las intrigas inicuas del Palacio Real, que culminarían con la acusación del rey contra su hijo Fernando, tendrían como epílogo el llamado motín de Aranjuez. El viejo y débil monarca abdica en favor de su hijo, que el pueblo aclamaba como “el deseado”, con el nombre de Fernando VII.
Estamos en los últimos meses de 1807. Napoleón, desde luego, dista mucho de tener el ánimo predispuesto para cumplir con los pactos de Fontainebleau. Se ha desplegado una hábil cortina de humo para enmascarar, las maniobras fraudulentas, que inevitablemente llevarían y llevaron a depositar el trono español en manos del Emperador, mientras sus tropas invadían y ocupaban militarmente la península. Ni Godoy ni la reina de Etruria recibieron nada de lo prometido. Con el pretexto de prevenir un ataque inglés, el 22 de noviembre de ese año, hizo entrar en España el II Cuerpo de Observación en la Gironda, compuesto de 25.000 hombres a órdenes del General Dupont; treinta mil efectivos más con el mariscal Moncey, a la cabeza atravesaron los Pirineos e invadieron las provincias vascongadas el 8 de enero de 1808. Catorce mil más entraban en Cataluña a órdenes de Duhesme, dirigiéndose a Barcelona, el 10 de febrero de 1808. El 16 del mismo mes, Napoleón quitándose definitivamente la careta de amistad, ordena ocupar la plaza de Pamplona y el 8 de marzo la de Figueras. De inmediato otro Cuerpo de Ejército francés, bajo el comando de Bessieres, cruzaba el Bidasoa.
Sostienen muchos historiadores que la llegada inusitada e inconsulta de esas tropas no sorprendió a mucha gente, creyendo obedecían al llamado del príncipe heredero; Godoy y sus partidarios creyeron, a su vez, que era lo previsto y urdido por ellos, para secundar sus planes. Las tropas francesas sobrepasaban ya los cien mil hombres. El emperador, ni lerdo ni perezoso, designa como su representante al mariscal Joaquín Murat, gran duque de Berg –su cuñado-, quien arriba a Burgos el 13 de mayo de 1808. La incertidumbre se transforma primero en alarma y luego, de inmediato, en indignación y en pánico.
Se especula -y Godoy lo decide-, que los reyes se instalen en sus posesiones de América, a semejanza de la Corte lusitana, a lo que se opone tenazmente Fernando. Napoleón insiste en su propósito de adueñarse de Portugal y de las provincias septentrionales de España, en virtud de lo cual las fronteras con los galos, ya no serían los Pirineos, sino el Ebro.
Mientras tanto, Carlos IV piensa ingenuamente en partir para América el 16 de marzo por la mañana, sin saber que los Guardias de Corps
-partidarios de Fernando- se lo impedirían. Ante la frustración, tiene el impudor de publicar un manifiesto dirigido al pueblo, desmintiendo el viaje y ensalzando la amistad con los franceses.
El 17 por la noche estalla en Aranjuez, como ya hemos señalado, el conocido motín, encabezado por los partidarios de Fernando. El populacho enardecido quiso hacerse justicia por sus propias manos y asalta el alojamiento de Godoy quien, presa de pánico, apenas tiene tiempo para ocultarse. Para calmar los ánimos, el débil rey lo destituye, pero el día 19 renace la efervescencia y la multitud golpea rudamente a Godoy, salvando milagrosamente la existencia. Carlos IV, dominado por el miedo abdica en favor de su hijo.
Murat, que en el fondo de su corazón, aspiraba a ocupar el trono de los Borbones, no reconoce al nuevo Rey, que en forma desvergonzada, procuraba el apoyo de Napoleón, ordenando impúdicamente fueran bien recibidas las tropas de “su amigo”.
Por imposición de Murat, Carlos IV revoca la abdicación que acababa de hacer y así se lo comunica a Napoleón. Para completar la tragi-comedia, la tristemente célebre María Luisa implora a Murat por su favorito Godoy, expresándose en forma inicua e increíble, contra su propio hijo, Fernando VII.
Para consolidar el plan de dominación que había preparado, Bonaparte no anduvo con ambages ni eufemismo alguno, manifestándoles, como el dueño de la verdad y de la fuerza, que:

“Encargado por la Providencia de crear un gran Imperio, para abatir a Inglaterra y habiendo demostrado los hechos que no podía contar con seguridad con España mientras gobernara la familia Borbón, había tomado la resolución de no dar la corona, ni al padre ni al hijo, sino a un miembro de su propia familia.”

Surge así el famoso rey apodado “Pepe Botella”, José I, hermano del Emperador. Fue indudablemente la gota que desbordó el vaso. La multitud se encrespó y el odio a los franceses sacudió toda España, especialmente en Madrid. El pueblo en todos sus sectores y estamentos -excepto, naturalmente los eternos traidores, logreros y oportunistas-, se aprestaron a defender con uñas y dientes la independencia y la libertad conculcadas. Sólo faltaba una chispa para encender la hoguera y el incendio estalló el 2 de mayo de 1808 en Madrid.
Entre los momentos estelares de España, que fueron muchos, esa fecha reivindica los blasones y las glorias de otras épocas. Y como que honra a la hispanidad toda, a nosotros, aquí en América, nos llega de muy cerca, como que en esa vorágine colosal, que fue la Guerra de la Independencia Española, están ínsitos los verdaderos principios de la justicia, de libertad e independencia, que guiaron a estos pueblos cuando la mayoría de edad fue llegada, y cuando las reglas de juego fueron tergiversadas y violadas. No es casual que nuestros grandes capitanes se formaran y dieran su sangre en esa lucha gigantesca… Militares, ideólogos, juristas, y teólogos abrevaron en esas fuentes y fueron los campeones y adalides de un nuevo mundo, que, de la confrontación formidable de ambas razas, nació como todo alumbramiento, en medio del dolor y de la sangre, no como enemigos, sino como adversarios que se apreciaron en su justa dimensión. Y viene a cuento aquellas hermosas reflexiones del General D. José de San Martín, nuestro Libertador en ciernes, al virrey La Serna en su conferencia en Punchauca en Perú:

“General: he venido desde las márgenes del Plata no a derramar sangre sino a fundar la libertad y los derechos de que la misma metrópoli ha hecho alarde, al proclamar la Constitución del año 12 que VE y sus generales defendieron. Los liberales del mundo son hermanos en todas partes.”

Este habilísimo introito caracterizaba la guerra no entre España y América, sino entre dos sistemas antagónicos -absolutismo y liberalismo-, este último caro a todos los presentes. Para agregar enseguida:

“La independencia no es inconciliable con los intereses de España y que, de no arribarse a un acuerdo, sus ejércitos se batirán con la bravura tradicional de su brillante historia militar, pero aún cuando pudiera prolongarse la contienda,
el éxito no puede ser dudoso para millones de hombres, resueltos a ser independientes.”

Faltó alguien que susurrara a los oídos de Napoleón reflexiones tan certeras y generosas como las de San Martín, en la emergencia; pero nadie se atrevió a hacerlo o nadie creyó entonces en el poder omnipotente de los pueblos.
Ese día 2 de mayo el pueblo de Madrid se agolpó frente al Palacio Real, porque sabía que los infantes, que aún permanecían en Palacio, serían llevados a Francia con sus progenitores. Por la mañana, sólo faltaba partir el infante Francisco de Paula, hijo menor de los reyes, de 12 años de edad. Se dice que alguien gritó:

“¡Han llevado al rey! ¡Ahora quieren llevarse a las otras personas reales! ¡Traición! ¡Mueran los franceses!”

En ese momento, se dice que desde uno de los balcones exclamó un noble a grandes voces:

“¡Se llevan al infantito! ¡A las armas!”

Fue la chispa esperada que incendió la rebelión. Murat, fuera de sí, ordenó la represión hasta las últimas consecuencias. El Batallón de Granaderos de la Guardia, sin aviso ni advertencia previa, descargó alevosamente sus armas contra la multitud indefensa, y desarmada, lo que por reacción natural produjo el estallido formidable. El pueblo de Madrid, en masa, se sublevó instantáneamente, electrizado contra la infamia luchando a muerte contra los invasores. La Puerta del Sol, La Puerta de la Cebada, el Parque de Montelón y el Rastro, fueron testigos mudos y asombrados de tanto ardor y tanto heroísmo, inusual en los pacíficos ciudadanos. Dos militares españoles, los capitanes de artillería D. Luis Daoiz y D. Pedro Velarde, murieron gloriosamente a título personal conduciendo al pueblo, que luchó sólo, ya que el ejército, atento a las órdenes recibidas, no se movió de sus cuarteles. Mujeres y niños dejaron también el testimonio de su impronta en la Puerta de Toledo, defendida valientemente por las mujeres del barrio de la Paloma.
El inmortal Goya, a través de sus pinceles, nos dejó el testimonio sombrío y elocuente de los bárbaros fusilamientos del 3 de mayo, que continuarían sin forma de proceso alguno, el 4 y el 5, especialmente en la Moncloa.
Se inicia así el heroico levantamiento general de España contra Bonaparte, que se conoce en la historia como Guerra de la Independencia.
Posteriormente, tendría lugar la batalla de Baylén (18 y 22 de julio de 1808) en la que San Martín gana por méritos de guerra su ascenso a Teniente Coronel y se asiste a la firma de capitulación en Andújar entre los generales Francisco Javier Castaños y el Conde de Tilley (españoles) y los generales Mariscot y Chubert (franceses), en la que se estipuló que todas las tropas del General Dupont quedaban prisioneras de guerra (unos 19.000 hombres). Con visible emoción y voz turbada, dijo el mariscal Dupont: “General os entrego esta espada con que he vencido en cien batallas”, a lo que respondió el General Castaños, vencedor en la memorable hazaña, devolviéndole el arma gloriosa: “Consérvela usted, pues para mí ésta es la primer victoria”.
Es oportuno destacar que Manuel Belgrano había estado en España hasta comienzos de 1794, cuando viajó a Buenos Aires para hacerse cargo del puesto de Secretario Perpetuo del Real Consulado de Buenos Aires, y fue influenciado por la Ilustración española y por los ideales de la Revolución Francesa. En el caso de José de San Martín -nuestro futuro Libertador- fue protagonista de los sucesos que estamos narrando, los que servirían para prepararlo para su papel en la Independencia americana. Había luchado en la llanura, en la montaña y en el mar, cubriéndose de gloria en cien combates. En la bizarra actuación de Arjonílla ha puesto en fuga, ha acuchillado y apresado a los vencedores de Austerlitz y ha estado a punto de perecer en el combate, lo que hubiera ocurrido sin la ayuda providencial de un soldado, Cazador de Olivenza, llamado Juan de Dios, que le salvó la vida.
Es bueno recordar que: San Martín jamás abominó de España. Cuando después de servirla lealmente durante veintidós años en los más diversos campos de la guerra, resolvió su regreso a la “tierra de su nacimiento”, lo hizo de acuerdo a los reglamentos militares, pidiendo su retiro del ejército real, como correspondía. Su ambición era salvar en América la libertad que se perdía en la península, y como buen liberal político, su lema era siempre: “Mi causa es la causa de América”; “Mi causa es la causa del género humano”.
Ese era el motor que agitaba hondamente los ideales de nuestros próceres de Mayo, que sacrificaron fama, vida y haciendas para dotarnos de una patria libre y soberana, con Belgrano, Pueyrredón, Monteagudo, etc. etc. a la cabeza de esos idealistas y patriotas con mayúscula.

Extractado de la conferencia “La guerra de la Independencia Española y la gesta del 2 de mayo en Madrid”, dictada por el Dr. Aníbal Jorge Luzuriaga en el Instituto Nacional Sanmartiniano el 19 de julio de 2006.

http://www.manuelbelgrano.gov.ar/

EL LEGADO DE BELGRANO


La Asamblea General Constituyente resolvió premiar a los vencedores de la batalla de Salta, tanto a jefes y oficiales como a suboficiales y soldados, declarándolos “Beneméritos en alto grado” y entregándoles un escudo de oro, plata y paño, respectivamente. Este escudo está orlado de palma y laurel, encerrando la inscripción: “ La Patria a los vencedores de Salta”. Para el general Belgrano, un sable con guarnición de oro y en la hoja grabado: “ La Asamblea Constituyente al Benemérito General Belgrano”, además “la donación en toda propiedad de la cantidad de cuarenta mil pesos señalados en valor de fincas pertenecientes al Estado”. (1)

Belgrano, en un gesto que lo enaltece, escribió de inmediato al gobierno el 31 de marzo, a fin de que esa suma fuera destinada a la creación de cuatro escuelas públicas, de primeras letras, en Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero. Se sentía honrado por aquella consideración pero hizo la siguiente reflexión, guiado por su interés por el bien público: (2)

“…nada hay más despreciable para el hombre de bien, para el verdadero
patriota que merece la confianza de sus conciudadanos en el manejo de
los negocios públicos que el dinero o las riquezas, que éstas son un
escollo a la virtud, y que adjudicadas en premio, no sólo son capaces
de excitar la avaricia de los demás, haciendo que por principal objeto de
sus acciones subroguen bienestar particular al interés público, sino que
también parecen dirigirse a lisonjear una pasión seguramente
abominable en el agraciado…”

El gobierno aceptó el ofrecimiento de Belgrano y éste remitió, como lo había prometido, el reglamento que debería regir a las cuatro escuelas, siguiendo la influencia de grandes pensadores italianos y españoles, especialmente Condillac y el abate Genovesi.

Podemos destacar entre otros artículos de este reglamento el que se refiere a la misión del maestro: (3)

“…procurará en su conducta …inspirar a sus alumnos amor al orden,
respeto a la religión, moderación y dulzura en el trato, sentimientos
de honor, amor a la virtud y a las ciencias, despego del interés,
desprecio a todo lo que diga a profusión y lujo en el comer, vestir y demás necesidades de la vida, y un espíritu nacional, que les haga
preferir el bien público al privado, y estimar en más la calidad de
americano que la de extranjero”.

El sentido de Patria, que hoy en día exige una revalorización, era una de los elementos fundamentales del pensamiento belgraniano y de la generación de 1810, que fueron los que fundaron nuestra Nación, con un sentido americanista.


1- Instituto Nacional Belgraniano, General Belgrano .Apuntes Biográficos 2da. edición. Buenos Aires, 1996, p.76.

2- Instituto Nacional Belgraniano. General Belgrano. Apuntes biográficos, op. cit., p. 77.

3- Instituto Nacional Belgraniano, General Belgrano. Apuntes biográficos, op. cit., p. 77.

BELGRANO EN 1812


Belgrano y la canción patriótica en 1812,
antes del himno nacional

Belgrano en su Diario de Marcha a Rosario, relata que el día 26 de enero de 1812, encontrándose en el Puente de Marques, al que llegaron a las 7 y ½ de la tarde, habiendo mejorado el mal tiempo, hubo retreta con música a la noche y se cantó el himno patriótico, y todos se retiraron después de un viva general por la Patria.Sorprende la escena descripta por Belgrano, en la cual se reunió toda la tropa para entonar el Himno Patriótico, anticipándose un año y medio al Himno Nacional escrito por Vicente López, con música de Blas Parera, y aprobado en mayo de 1813 por la Asamblea General Constituyente. Nos surgen dudas acerca de esa canción citada como si fuera conocida por todos, y cantada en un acto con carácter oficial. La primera manifestación de índole poética dedicada a la revolución, se debe a Esteban de Luca; se publicó en la Gaceta el 15 de noviembre de 1810, y se dice que la música fue de Blas Parera. Beruti en sus Memorias curiosas refiere que el 13 de enero de 1812, al inaugurarse el local de la Sociedad Patriótica, instalada en la antigua sede del Consulado, la concurrencia cantó con entusiasmo...la marcha patriótica, siendo coreadas nuevamente sus estrofas en la calle al retirarse los asistentes. Se presume que ésta era la canción de Esteban de Luca, la cual figura entre la primeras composiciones recopiladas en La Lira Argentina, de 1824. La fecha mencionada por Beruti- 13 de enero de 1812- casi se superpone con la de la ceremonia celebrada por Belgrano- 26 de enero de 1812-, nos induce a pensar que en ambas ocasiones se cantó la letra del poema compuesto por de Luca, en uno de cuyos versos la América...a sus caros hijos/convoca la lid.

Véase:
Diario de marcha del Coronel Belgrano a Rosario, en:

Escorzo Belgraniano 3, (Cuadernos de Investigaciones Históricas), Buenos Aires, Instituto Nacional Belgraniano, Convento Santo Domingo, 1995, p
. 24.

Sin Güemes no hubiese sido posible San Martín

Lucía Gálvez y una original biografia*,

por Cristian Vitale


* Publicado en Página 12 el Martes 8 de Enero de 2008


“Sin Güemes
no hubiese sido posible
San Martín”

La historiadora abordó la vida de uno de los héroes de la independencia en un tono poblado de matices, que elude la tendencia a convertir en mármol a los próceres.Uno de los vicios de la historia oficial argentina inaugurada por Bartolomé Mitre fue, tal vez, ponerles toneladas de mármol a los héroes de la independencia, y fijarlos en un todo despoblado de matices: San Martín, el gran héroe militar; Belgrano, el creador de la bandera, y así. Martín Güemes, en medio de ese panteón solemnizado con destino de escuela primaria, figuraba apenas como el guardián de la frontera, el militar gaucho. Según Lucía Gálvez, historiadora recibida en la UBA y miembro de la Academia de Historia de la Ciudad de Buenos Aires, se trata de un recorte parcial que dice poco. De aquí, la relevante investigación, poblada de matices y hechos poco conocidos, que desembocó en su nuevo libro: Martín Güemes, baluarte de la independencia. Es un trabajo biográfico de 200 páginas, editado por Aguilar, que rescata situaciones –interesadamente o no– omitidas. Deja ver, con sutilezas, al hombre y al militar. Nacido en una familia patricia de la alta Salta, supo mezclarse con gauchos, indios y mestizos, componentes de las milicias del noroeste que detuvieron siete veces las invasiones realistas del Alto Perú. Esquivando grados, se metía entre balas enemigas. Fue soldado herido durante las invasiones inglesas –su bautismo de fuego– y amigo de los chiriguanos en el Chaco salteño, del coqueo o la Pachamama como garantía de sincretismo. “Hay una admiración por Güemes, pero es más bien folclórica: el militar gaucho y eso. No se da cuenta, sobre todo en Buenos Aires, de la importancia nacional que tuvo, porque sin él no hubiese sido posible San Martín”, comenta Gálvez, que también preside el Instituto Histórico de la Manzana de las Luces.–¿El Mitre historiador funciona como filtro? Es una posición recurrente entre muchos historiadores...–A ver, hay que reconocer que fue el primer historiador que trabajó en base a documentos. Pero es cierto que es un buen publicista (risas). Igual, creo que su intención no fue interesada, o sí, pero no como piensan muchos: él estaba interesado en darle una identidad al país, teniendo en cuenta la inmigración. Nos guste o no, en historia no se puede ser maniqueo: hubo hombres que hicieron grandes cosas y otros que no. Urquiza aportó lo suyo; Rosas impidió la balcanización, la separación de todas las provincias; fueron hombres excepcionales, cada uno en lo suyo. La realidad no se puede cambiar ni juzgar con criterios del siglo XXI. Hay que meterse en la mentalidad del momento.–¿Y cómo era la mentalidad del momento que le tocó vivir a Güemes?–Muy complicada. No es una cosa de que los españoles eran los malos y los criollos los buenos. Había españoles liberales y absolutistas. Güemes participó de una guerra entre absolutistas y liberales, no de criollos contra españoles.–El caso clave es el de San Martín, que había luchado junto a los liberales españoles contra el absolutismo, en la misma España.–Claro, por eso intenta con La Serna hacer un arreglo que evite derramamiento de sangre. Belgrano lo intenta con Tristán, todos lo intentan, porque habían sido compañeros militares. Las guerras de la independencia son casi una guerra civil, ¡si había criollos que estaban a favor de los realistas! Pero Güemes siempre tuvo bien claro que su fin era lograr una nación libre y soberana.Así descripto, el Güemes que presenta Gálvez se parece más al que reivindicaron sectores ajenos a la historiografía de panteón: desde la militancia nacional y popular de los setenta, hasta –desde otro costado– el mismo ERP, influido por el hombre que encaró –tácticamente– la primera guerra de guerrillas que hubo en el país. “Sus hazañas fueron constantes, sobre todo porque tenía conciencia de la patria grande, quería la libertad no sólo del Virreinato del Río de la Plata, sino también del Perú y Nueva Granada”, sostiene la historiadora, y se desmarca de un detalle no menor: su hermana Delfina está casada con un chozno de Güemes –llamado igual que él–, pero no fue causa ni motivo para abordar el trabajo. “Pudo haber influido una anécdota, pero nada más. Desde la primaria tenía simpatía por este personaje, y lo empecé a estudiar más a fondo cuando escribí Historias de amor de la historia argentina. Cuando investigué su romance con Carmen Puch empecé a darme cuenta de la grandeza de su figura.”–Güemes tiene todos los atributos de un caudillo. ¿Es forzado compararlo con figuras que emergerían después, como Chacho Peñaloza, Facundo Quiroga o Felipe Varela?–No es forzado. Pero para mí es distinto: Güemes quería la Constitución y el orden ante todo, los caudillos no.–Hoy resulta complicado entender la muy buena relación que Güemes, proviniendo de una familia patricia, tenía con los gauchos pobres, los indios y los mestizos que formaban sus milicias...–Es que el verdadero patricio de la época está muy unido a su gente. No la desprecia, es más: es como el primus inter pares (el primero entre sus pares). El se reconocía jefe, pero hacía el mismo tipo de vida que ellos: comía alrededor del fogón, se mezclaba entre todos. Todos luchaban, incluso las mujeres. Aunque no pelearan hacían de espías, desde las más copetudas hasta las esclavas negras. En general, las esclavas estaban con los criollos. Pero entre las damas había algunas que eran realistas furibundas y andaban por la calle con cintas amarillas y coloradas. Había muchos odios.–Y amores. Es grotesco cómo Belgrano, que después se haría gran amigo de Güemes, lo echa del ejército cuando se enteró de que tenía un romance con la mujer de otro oficial.–Belgrano estaba muy amargado, en ese momento (la crisis del ’14), el ejército estaba desmoralizado y este mocoso de 27 años (Güemes) que andaba con la mujer de otro delante de todos (risas). Belgrano, entonces, quiere imponer una disciplina y envía una carta durísima a Buenos Aires sobre el comportamiento de Güemes. Igual, después lo comprende y se mandan como 90 cartas en un mes. Se hacen muy amigos.–Hay muchas versiones sobre la muerte de Güemes. ¿Cuál es la razón?–Pasa que a principios del siglo XX se empiezan a decir muchas estupideces para menoscabar su figura. Aunque parezca mentira, él tenía grandes enemigos, sobre todo en Jujuy. El odio tenía que ver con que él les requisaba el ganado para el ejército o hacía colaborar a los comerciantes poco patriotas y mucha gente no lo olvidó. Entonces, trataron de denigrarlo de varias maneras y una de ellas fue el ridículo: presentaron, en vez de una muerte heroica, una muerte ridícula; algo totalmente falso, porque su muerte fue heroica. Fue el único general que murió en batalla y traicionado. Le rodearon la casa: él se metió entre las balas temerariamente, como lo hacía siempre, y esa vez lo hirió una que le dio en la cadera y le salió por la ingle. Fue una muerte muy dolorosa: una agonía de diez días, en el medio del campo, rodeado por sus fieles gauchos y diciendo cosas conmovedoras como “Mi Carmen morirá de mi muerte como vivió de mi vida”.

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LORENZO BARBOSA

El negro Lorenzo Barbosa en el Callao,

por Ernesto Poblet

Sucedió en 1821 en medio de las luchas de San Martín en el Perú, el Almirante Cochcrane en el Pacífico, y el General Arenales en las sierras. Un regimiento criollo, compuesto en parte por argentinos, cae prisionero del enemigo. Los encierran en las casamatas del Callao. El primer y gran problema que se presenta es el hambre. A los proveedores no les alcanzaban los víveres. Lo poco que llegaba se cobraba al riguroso contado y a precios imposibles por la falta de dinero.Frecuentaba el lugar, el negro Lorenzo Barbosa, con dos inmensas canastas que sujetaba mediante una cuerda pendiente del cuello. Vendía tortas, pasteles, galletas y lo que podía fabricar en su casa. Sabía Lorenzo que los criollos ya no disponían de dinero. Los clientes del negro habían sido tradicionalmente los mismos oficiales del ejército realista, pero en su recorrido de todos los días, había iniciado una corriente de simpatía con los desgraciados prisioneros. Es que el negro, a través de gestos y guiños, se había manifestado solidario con la causa de la Independencia.El más atrevido en acercársele fue un porteño, el teniente Díaz... Le ofrece al negro un sistema de fiado apuntando las ventas, parecido al estilo de “la libreta del almacén”. El Convenio se sella con dos frases: -“Negro, apuntá bien que el día del triunfo te lo pago todo con creces...”. –“Mi teniente, ese día los voy a perseguir a todos y los voy a volver locos, pero no para cobrarles sino para festejar...”.Parece que el negro Barbosa, ducho en su negocio, cobraba siempre más caro y al riguroso contado a los oficiales españoles. A los criollos, más barato y al fiado, pero se trataba de un generoso fiado a mejor fortuna, pues no se podía saber el resultado de la guerra. Se las había ingeniado, el negro, para instituir un subsidio por medio del cual los carceleros subvencionaban a sus presos.La cuestión es que el negro Barbosa logró salvar de la hambruna a una cantidad de soldados del ejército libertador. Cuando llega el triunfo patriota y la consecuente liberación, los beneficiados por la comida del negro logran pagar su deuda con alegría y agradecimiento.San Martín convoca a una solemne formación en la Plaza de Armas del Cuartel General para entregar los premios de la Orden del Sol a los soldados que se habían destacado en la hazaña militar. El negro Barbosa no quiere faltar a la ceremonia. Serán premiados sus amigos alimentados en las largas horas de la prisión. El General en Jefe enumera la lista de los premiados. El negro sube a un pequeño muro y se apoya en un poste para observar y aplaudir con sus ojos saltones, desbordantes de alegría, cada vez que San Martín nombra a uno de los suyos: “...Orden del Sol para Gerónimo Olivares, Sargento de Valparaíso, Chile...”. “ Orden del Sol para Jacinto Díaz, Teniente de Buenos Aires, Provincias Unidas del Río de la Plata...”. “ ...Orden del Sol para Manuel Cáceres, Sargento de Mendoza, Cuyo...”. “Orden del Sol para Lorenzo Barbosa, Pastelero del Callao, Perú...”. Cuentan que el negro Barbosa se desplomó hacia atrás al oír las últimas palabras del Libertador.
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LOS SIETE PLATOS DE ARROZ CON LECHE

POR LUCIO V. MANSILLA


Lucio V. Mansilla, sobrino carnal de Rosas, recibe en Londres la noticia del pronunciamiento de Urquiza. En diciembre de 1851 llega a Buenos Aires. Sombrero de copa, levita muy laga y pantalón muy estrecho. «Ha llegado el niño Lucio». Urquiza está en camino. «-¿Y cómo está mi tío?; ¿y cómo está Manuelita?», pregunta el recién venido. Al día siguiente monta a caballo y va a pedir la bendición a su tío. Llegado allá, pregunta naturalmente por su prima. -La niña está en la quinta». En efecto, en el llamado jardín de las magnolias está Manuelita rodeada de un gran séquito de admiradores, unos de pie, los otros sentados sobre el césped, «pero ella tenía a su lado, provocando las envidias federales y haciendo con su gracia característica, todo ameleochado, el papel de cavaliere servente», al sabio jurisconsulto don Dalmacio Vélez Sársfield». Palermo no es el centro social repugnante que dicen los enemigos, aunque el Restaurador campea allí con sus bufones y su extraordinaria ordinariez. «Rozas no es un temperamento libidinoso, sino un neurótico obsceno». Pero su hija es pura y afable. -Llegar, verme Manuelita y abrazarme, fue todo uno». Vuelven a los salones. El recién llegado pide ver a su tío. Su prima sale para volver al rato. «Ahora te recibirá». El joven Lucio, que ha rehusado un asiento en la mesa, porque debe volver a cenar en su casa, espera. Sigue esperando varias horas... La mirada de su prima contesta: «Ten paciencia. Ya sabes lo que es tatita». Regresa de nuevo, conduce al postulante a través de muchas estancias, diciéndole al fin: «Voy a decirle a tatita». La pieza, sin alfombras, muestra lucientes baldosas, en una esquina, junto a una mesita de noche colorada, una cama de pino colorada con colcha de damasco colorado; en medio, una mesita de caoba con carpeta de paño grana entre dos sillas de esterilla coloradas...

Yo me quedé en pie, conteniendo la respiración, como quien espera el santo advenimiento; porque aquella personalidad terrible, producía todas las emociones del cariño y del temor. Moverme, habría sido hacer ruido, y cuando se está en el santuario todo ruido es como una profanación, y aquella mansión era, en aquel entonces, para mí, algo más que un santuario.

Reinaba un profundo silencio, en mi imaginación al menos; los segundos me parecían minutos, horas los minutos. Mi tío aparece: era un hombre alto, rubio, blanco, semipálido, combinación de sangre y de bilis, un cuasi adiposo napoleónico, de gran talla, de frente perpendicular, amplia, rasa como una plancha de mármol fría, lo mismo que sus concepciones; de cejas no muy guarnecidas; poco arqueadas, de movilidad difícil; de mirada fuerte, templada por lo azul de una pupila casi perdida por lo tenue del matiz, dentro de unas órbitas escondidas en concavidades insondables; de nariz grande, afilada y correcta, tirando más al griego que al romano; de labios delgados, casi cerrados, como dando la medida de su reserva, de la firmeza de sus resoluciones; sin pelo de barba, perfectamente afeitado, de modo que el juego de sus músculos era perceptible... Agregad a esto una apostura fácil, recto el busto, abiertas las espaldas, sin esfuerzo estudiado, una cierta corpulencia del que toma su embonpoint, un traje que consistía en un chaquetón de pafio azul, en un chaleco colorado, en unos pantalones azules también; añadid unos cuellos altos, puntiagudos, nítidos y unas manos perfectas como formas, y todo limpio hasta la pulcritud -y todavía sentid y ved, entre una sonrisa que no llega a ser tierna, siendo afectuosa, un timbre de voz simpático hasta la seducción- y tendréis la vera efigies del hombre que más poder ha tenido en América.

Así que mi tío entró, yo hice lo que habría hecho en mi primera edad: crucé los brazos y le dije, empleando la fórmula patriarcal, la misma, mismísima que empleaba con mi padre, hasta que pasó a mejor vida:

-La bendición, mi tío.

Y él me contestó:

-¡Dios lo haga bueno, sobrino!

Sentóse incontinenti en la cama, que antes he dicho había en la estancia, cuya cama (la estoy viendo), siendo muy alta, no permitía que sus pies tocaran en el suelo, e insinuándome que me sentara en la silla que estaba al lado.

Nos sentamos... Hubo un momento de pausa, que él interrumpió, diciéndome:

-Sobrino, estoy muy contento de usted...-.

Es de advertir que era buen signo que Rozas tratara de usted; porque cuando de tú trataba, quería decir que no estaba contento de su interlocutor, o por alguna circunstancia del momento fingía no estarlo.

Yo me encogí de hombros, como todo aquél que no entiende el por qué de su contentamiento.

-Sí, pues -agregó-, estoy muy contento de usted (y esto lo decía balanceando las piernas que no alcanzaban al suelo, como ya lo dije), porque me han dicho -y yo había llegado recién el día antes. ¡Qué buena no sería su policía!- que usted no ha vuelto agringado.

Yo había vuelto vestido a la francesa, eso sí, pero potro americano hasta la médula de los huesos todavía, y echando unos ternos que era cosa de taparse las orejas.

Yo estaba ufano. No había vuelto agringado. Era la opinión de mi tío.

-¿Y cuánto tiempo ha estado usted ausente? - agregó él. Lo sabía perfectamente. Había estado resentido; no, mejor es la palabra «enojado», porque diz que me habían mandado a viajar sin consultarlo. Comedia.

Cuando mi padre resolvió que me fuera a leer en otra parte el Contrato Social, veinte días seguidos estuve yendo a Palermo sin conseguir verlo a mi ilustre tío.

Manuelita me decía, con su sonrisa siempre cariñosa:

-Dice tatita que mañana te recibirá.

El barco que salía para Calcuta estaba pronto. Sólo me esperaba a mí. Hubo que empezar a pagarle estadías. Al fin mi padre se amostazó y dijo:

-Si esta tarde no consigues despedirte de tu tío, mañana te irás de todos modos; ya esto no se puede aguantar.

Mas esa tarde sucedió la que las anteriores: mi tío no me recibió. Y al día siguiente yo estaba singlando con rumbo a los hiperbóreos mares.

Sí, el hombre se había enojado; porque, algunos días después, con motivo de un empeño o consulta que tuvo que hacerle mi madre, él le arguyó:

-Y yo, ¿qué tengo que hacer con eso? ¿Para qué me meten a mí en sus cosas? ¿No lo han mandado al muchacho a viajar, sin decirme nada?

A lo cual mi madre observó:

-Pero, tatita (era la hermana menor y lo trataba así), si ha venido veinte días seguidos a pedirte la bendición, y no lo has recibido - replicando él:

-Hubiera venido veintiuno.

Lo repito: él sabía perfectamente que iban a hacer dos años que yo me había marchado, porque su memoria era excelente. Pero, entre sus muchas manías, tenía la de hacerse el zonzo y la de querer hacer zonzos a los demás. El miedo, la adulación, la ignorancia, el cansancio, la costumbre, todo conspiraba en favor suyo, y él en contra de sí mismo.

No se acabarían de contar las infinitas anécdotas de este complicado personaje, señor de vidas, famas y haciendas, que hasta en el destierro hizo alarde de sus excentricidades. Yo tengo una inmensa colección de ellas. Baste por hoy la que estoy contando.

Interrogado, como dejé dicho, contesté:

-Van a hacer dos años, mi tío.

Me miró y me dijo:

-¿Has visto mi Mensaje?

-¿Su Mensaje? -dije yo para mis adentros-. ¿Y qué será esto? No puedo decir que no, ni puedo decir que sí, ni puedo decir qué es. . . - y me quedé suspenso.

El, entonces, sin esperar mi respuesta, agregó:

Baldomero García, Eduardo Lahite y Lorenzo Torres dicen que ellos lo han hecho. Es una botaratada. Porque así, dándoles los datos, como yo se los he dado a ellos, cualquiera hace un Mensaje. Está muy bueno, ha durado varios días la lectura en la sala. ¿Qué? ¿No te han hablado en tu casa de eso?

Cuando yo oí lectura, empecé a colegir, y como desde niño he preferido la verdad a la mentira (ahora mismo no miento sino cuando la verdad puede hacerme pasar por cínico), repuse instantáneamente:

-¡Pero, mi tío, si recién he llegado ayer!

-¡Ah!, es cierto; Pues no has leído una cosa muy interesante; ahora vas a ver - y esto diciendo, se levantó, salió y me dejó solo.

Yo me quedé clavado en la silla, y así como quien medio entiende (vivía en un mundo de pensamientos tan raros), vislumbré que aquello sería algo como el discurso de la reina Victoria al Parlamento, ¿pues, qué otra explicación podría encontrarle a aquel «ahora vas a ver»?

Volvió el hombre que, en vísperas de perder su poderío, así perdía el tiempo con un muchacho insubstancial, trayendo en la mano un mamotreto enorme.

Acomodó simétricamente los candeleros, me insinuó que me sentara en una de las dos sillas que se miraban, se colocó delante de una de ellas de pie, y empezó a leer desde la carátula, que rezaba así -

-«¡Viva la Confederación Argentina!». -¡Mueran los Salvajes Unitarios!

-¡Muera el loco traidor, salvaje unitario Urquiza!

Y siguió hasta el fin de la página, leyendo hasta la fecha 1851, pronunciando la ce, la zeta, la ve y be, todas las letras, con la afectación de un purista.

Y continuó así, deteniéndose de vez en cuando, para ponerme en aprietos gramaticales con preguntas como éstas - que yo satisfacía bastante bien, porque, eso sí, he sido regularmente humanista, desde chiquito, debido a cierto humanista, don Juan Sierra, hombre excelente, del que conservo afectuoso recuerdo-.

-Y aquí, ¿por qué habré puesto punto y coma, o dos puntos, o punto final?

Por ese tenor iban las preguntas, cuando, interrumpiendo la lectura, preguntóme:

-¿Tiene hambre?

Ya lo creo que había de tener; eran las doce de la noche y había rehusado un asiento en la mesa al lado del doctor Vélez Sársfield, porque en casa me esperaban...

-Sí - contesté resueltamente. Pues voy a hacer que te traigan un platito de arroz con leche

El arroz con leche era famoso en Palermo, y aunque no lo hubiera sido, mi apetito lo era; de modo que empecé a sentir esa sensación de agua en la boca, ante el prospecto que se me presentaba de un platito que debía ser un platazo, según el estilo criollo y de la casa.

Mi tío fue a la puerta de la pieza contigua, la abrió y dijo- -Que traigan a Lucio un platito de arroz con leche.

La lectura siguió.

Un momento después, Manuelita misma se presentó con un enorme plato sopero de arroz con leche, me lo puso por delante y se fue.

Me lo comí de un sorbo. Me sirvieron otro, con preguntas y respuestas por el estilo de las apuntadas, y otro, y otros, hasta que yo dije: -Ya, para mí, es suficiente.

Me había hinchado; ya tenía la consabida cavidad solevantada y tirante como caja de guerra templada; pero no hubo más; siguieron los platos - yo comía maquinalmente, obedecía a una fuerza superior a mi voluntad...

La lectura continuaba.

Si se busca el Mensaje ése, por algún lector incrédulo o curioso, se hallará en él el período que comienza de esta manera: «El Brasil, en tan punzante situación». Aquí fui interrogado, preguntándoseme:

-¿Y por qué habré puesto punzante?

Como el poeta pensé - que en mi vida me he visto en tal aprieto. Me expliqué. No aceptaron mi explicación. Y con una retórica gauchesca, mi tío me rectificó, demostrándome cómo el Brasil lo había estado picaneando, hasta que él había perdido la paciencia, rehusándose a firmar un tratado que había hecho el general Guido... Ya yo tenía la cabeza como un bombo - y lo otro tan duro, que no sé cómo aguantaba.

El, satisfecho de mi embarazo, que lo era por activa y por pasiva, y poniéndome el mamotreto en las manos, me dijo, despidiéndome:

-Bueno, sobrino, vaya nomás y acabe de leer eso en su casa -agregando en voz más alta-: Manuelita, Lucio se va.

Manuelita se presentó, me miró con una cara que decía afectuosamente «-Dios nos dé paciencia» y me acompañó hasta el corredor, que quedaba del lado del palenque, donde estaba mi caballo.

Eran las tres de la mañana.

En mi casa estaban inquietos, me habían mandado buscar con un ordenanza.

Llegué sin saber cómo no reventé en el camino.

Mis padres no se habían recogido.

Mi madre me reprochó mi tardanza con ternura. Me excusé diciendo que había estado ocupado con mi tío.

Mi padre, que, mientras yo hablaba con mi madre, se paseaba meditabundo viendo el mamotreto que tenía debajo del brazo, me dijo:

-¿Qué libro es ése?

-Es el Mensaje que me ha estado leyendo mi tío... -¿Leyéndotelo?. . . -Y esto diciendo, se encaró con mi madre y prorrumpió con visible desesperación-: ¡No te digo que está loco tu hermano!

Mi madre se echó a llorar.

(Algún tiempo después de esta ocurrencia, el general Mansilla y su hijo Lucio, de paso para Francia, visitan a su pariente en su destierro de Southampton. Con Rozas, siempre de chaleco colorado, están allí su hijo Juan y su esposa, Manuelita, Terrero y un negrito a quien el amo apoda Mister. Manuelita, que anda aún con su moño colorarlo, y a quien el general Mansilla observa que «ese parche colorado no está bien-, contesta: -No me lo sacaré mientras no me lo manden». Un día, mientras el general y Manuelita están de sobremesa, el joven Lucio, por pedido de aquéIla, va a entretener a su tío, que ha ido a sentarse solo, en una salita próxima.

Ambos callan, observándose muy al disimulo. El ex dictador habla al fin.

-¿En qué piensa, sobrino?

-En nada, señor.

-No, no es cierto; estaba pensando en algo.

-No, señor. ¡Si no pensaba en nada!

-Bueno, si no pensaba en nada cuando le hablé, ahora está pensando ya.

-¡Si no pensaba en nada, mi tío!

-Si adivino, ¿me va a decir la verdad?

Me fascinaba esa mirada que leía en el fondo de mi conciencia, y maquinalmente, porque habría querido seguir negando, contesté:

-Sí.

-Bueno -repuso él-, ¿a que estaba pensando en aquellos platitos de arroz con leche, que le hice comer en Palermo, pocos días antes de que el «loco» (el loco era Urquiza) llegara a Buenos Aires?

Y no me dio tiempo para contestarle, porque prosiguió:

-¿A que cuando llegó a su casa a deshoras, su padre (e hizo con el pulgar y la mano cerrada una indicación hacia el comedor) le dijo a Agustinita: no te digo que tu hermano está loco?

No pude negar, queriendo; estaba bajo la influencia del magnetismo de la verdad - y contesté, sonriéndome:

-Es cierto.

Mi tío se echó a reír burlescamente.

Lucio V. Mansilla, Los siete platos de arroz con leche, Buenos Aires,

EUDEBA, 1963.

viernes, 16 de octubre de 2009

participación popular

Gente como uno

por Félix Luna


Imaginemos un día nublado y medio lluvioso, de esos que son tan frecuentes en el otoño porteño. Imaginemos que un vecino resuelve pasarlo junto al río, pescando. Con sábalo o algún bagre, a la tardecita regresa a su casa. Su mujer le pregunta si trae alguna noticia, si vio algo novedoso. El hombre le dice que no: todo lo que hizo fue tirar la línea en las toscas. Ese día podría haber sido el 25 de Mayo de 1810 y ese porteño pudo haber sido uno de los tantos que no se enteró de nada de lo que ocurrió en aquella jornada.
El cabildo abierto del 22 de mayo reunió a menos de quinientos vecinos y Buenos Aires tenía, en ese momento casi 40.000 habitantes. Es decir que sólo el 1 por ciento de la población participó de aquella trascendental reunión en la que se asentaron las bases conceptuales y jurídicas que fundamentarían el relevo del virrey y su reemplazo por una junta designada ¬o más bien, asentida¬ por el pueblo. Es probable, entonces, que la asamblea reunida más o menos tumultuosamente frente al Cabildo en la mañana del 25 de Mayo, no haya tenido un rating muy superior: 1000 o 1500 vecinos, como máximo. Nuestro pescador habría formado parte, pues, de la enorme mayoría que nada tuvo que ver con la transición del sistema colonial a un régimen nuevo, implícitamente comprometido con la independencia de estas tierras.

Naturalmente, la escasez de participación popular no resta al 25 de Mayo la enorme importancia que tuvo, por varios motivos. En primer lugar, deponer a un representante del rey y reemplazarlo por un cuerpo colegiado era algo insólito y atrevido aunque Cisneros no representara al monarca español sino al organismo que gobernaba en España a su nombre, en vista de la cautividad de Fernando VII. Y aunque esta fuera, en realidad, la segunda oportunidad en que ocurría un hecho como este en Buenos Aires, pues cuatro años atrás una pueblada había exigido la deposición de Sobremonte por su incompetencia y cobardía frente a la invasión inglesa. Pero en 1806 esa verdadera revolución paso casi inadvertida entre las luchas por la Reconquista; ahora, en 1810, el derrocamiento del virrey era el resultado de un tranquilo y racional debate entre unos pocos vecinos, “la parte más sana y principal" de la capital del virreinato.
En segundo lugar, lo que ocurrió el 25 de Mayo fue muy importante porque de algún modo significó la presencia activa de los militares criollos en el proceso político. Las milicias populares que se habían levantado en Buenos Aires desde 1806 estaban compuestas por criollos y por españoles, divididos en regimientos según sus lugares de origen. Pero en esos cuatro años se habían vivido procesos muy diferentes en los cuerpos peninsulares y en los criollos. Aquéllos estaban integrados por comerciantes y artesanos, para quienes el oficio de las armas era una molestia; los criollos, en cambio, por ser pobres, se habían tomado muy en serio sus nuevas profesiones de soldados, vivían de sus sueldos y raciones y concurrían puntualmente a los ejercicios. En poco tiempo adquirieron una capacidad de fuego temible y esta superioridad se vio en enero de 1809, cuando Liniers reprimió fácilmente, con su ayuda, el conato de golpe organizado por el alcalde Alzaga. Ahora, en mayo de 1810, fueron los Patricios quienes hicieron la guardia de la Plaza, dejando entrar a los adictos y rechazando suavemente a los adversarios. Los “fierros" los tenían los regimientos criollos y esta circunstancia fue decisiva para apurar el derrocamiento del virrey Cisneros.


Y una tercera circunstancia notable: tanto en la reunión abierta del 22 como en el compromiso adquirido el 25 de Mayo por los componentes de la Junta, se dejó claramente sentada la necesidad de convocar a los representantes del pueblo de las restantes ciudades del virreinato para que homologaran lo decidido por el de Buenos Aires. Si éste había obrado como lo hizo era por razones de urgencia, como “hermana mayor" ¬según dijo Paso¬. Pero se reconocía la necesidad de que un paso tan trascendente quedara avalado por el pueblo del virreinato. Y en este reconocimiento venía implícita la idea de federalismo y también la noción de la integridad del virreinato.


De nada de esto, claro está, pudo enterarse el vecino que en la tarde de esa jornada regresó a su casa con un par de pescados colgando de su hombro. Pero seguramente tardó muy poco tiempo en advertir que lo sucedido ese día también involucraba su propia vida. Porque de comienzos tan triviales como el de esta revolución burguesa y municipal, pueden venir consecuencias tan drásticas como la que conlleva la creación de una nueva Nación. Nada más ni nada menos.


Félix Luna
Nota aparecida en Página/3, revista aniversario de Página/12, junio de 1990. © Página SRL


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jueves, 15 de octubre de 2009

MUJERES DE LA INDEPENDENCIA


Las Mujeres de la Independencia 
(Salta)

Resumen de un escrito de Bernardo Frías

En 1813 el Brigadier Joaquín de La Pezuela, con todas sus fuerzas en Salta y su cuartel general en Jujuy, se encontraba como clavado y sujeto en aquellas dos plazas sin poder dar paso, ni tener descanso sus fatigas, ni poseer medios y recursos para nutrir sus hombres que iban acabándose en un diario reñir con el hambre, en efecto, comenzaba a hacerse sentir de modo alarmante, y a desconsolar a su gente, las enfermedades mermaban sus tropas y el pánico que hora por hora iba apoderándose de ellas con esta guerra extraordinaria y nunca vista que se les hacían.
Empeoró más la situación de Pezuela, el hecho que las mujeres, las cuales tenían a sus familiares sirviendo en el ejército patriota, se convirtieran en espías constantes. Con un sistema organizado de información interior y de comunicación con los sitiadores de la plaza. Las principales de ellas se habían quedado deliberadamente en la ciudad, desafiando todos los peligros y todas las penalidades que eran propias de una ciudad sitiada, a fin de practicar el espionaje en el mismo cuartel enemigo. Este arriesgado oficio que era la ruina y destrucción de Pezuela, se realizó con un fanatismo extraordinario y sorprendente. Contábanse estas mujeres en todos los rangos sociales; hallándose en la intriga desde la negra esclava hasta la matrona de mas alcurnia. Hacían parte del grupo principal doña Juana Moro de López; doña Celedonia Pacheco y Melo, mujer hermosa, y notable á la vez por sus enormes y largas orejas; doña Magdalena Güemes; doña María Sánchez Loreto Peón; doña Juana Torino, doña María Petrona Arias, joven muy de a caballo, a quien llamaban la China, quien se encargaba de llevar correspondencia secreta; doña Martina Silva de Gurruchaga; y doña Andrea Zenarrusa, mujer de Uriondo al mismo tiempo que ésta, figuraba doña Toribia la Linda, llamada así por su espléndida belleza. Estas señoras, que constituían lo descollante en el grupo de las patriotas exaltadas, corriendo con ellas estaba un abundante número de las mujeres de la plebe que se habían constituido en espías puntuales y vigilantes "para trasmitir -decía el mismo Pezuela -las ocurrencias más diminutas del ejército real para atizar la anarquía”.No había reunión, ni visita, ni parte emanado del ejercito, o con las familias realistas de su confianza y amistad donde no se infiltrara su espíritu minador y atrevido, tratando de robar los secretos y dar las alarmas necesarias, llegando al extremo de entrar en pendencia de amores, aunque con la discreción necesaria si eran gente de calidad, para seducir oficiales; y si lo eran de la plebe, para hacer desertar soldados realistas. Fue resultado de todo esto que se adueñaran de los planes y acuerdos del enemigo, estaban al tanto de lo que pensaba hasta en su lecho el general. Así sus avisos partían sobre verdad sabida y averiguada. Sospechada fue doña Juana Moro de espionaje. No se le hallaron pruebas y jactábase ella, después de la guerra, por la habilidad que supo emplear en todas las invasiones que ocurrieron de no haber sido jamás descubierta. En una oportunidad, sin embargo, los españoles con sospechas vehementes de su conducta, determinaron incomunicarla, mas de tal manera, que le fuera con ello la vida: emparedándonla en su propia casa, cerrándole con muralla la puerta de salida, á fin de que así quedara más segura y pereciera de hambre. La familia colindante, dolida de su suerte, horadó la pared medianera, favoreció por allí sus necesidades y le salvó la vida. Otras ocasiones hubo así en esta época, como luego en las invasiones subsiguientes, en que bajo el disfraz de gaucho joven e inocente, penetraba en las plazas de Jujuy y Orán, ocupadas por el enemigo, llevando partes y trayendo nuevas. Muchas veces estas mujeres solían dar esperanzas amorosas mostrándose coquetas, pero mostrando sus dotes distinguidos para no pasar de los límites permitidos. Con estas artimañas sabían arrancar cuanto secreto militar guardaban los españoles en la plaza. Cosa igual practicaba doña María Loreto Sánchez Peón de Frías. Era también esta señora de las que corrían de Salta a Jujuy, y de Jujuy a Orán, empleando para ello los mil recursos de su vivísimo ingenio, y llevando ocultos los papeles de comunicaciones en el ruedo de su pollera. En Salta, vio que era de necesidad una comunicación casi diaria de las ocurrencias de la plaza: y para que resultase fácil y más segura, se ideó establecer una estafeta ingeniosa. Fue el caso que, de acuerdo con los sitiadores, en el tronco de un árbol corpulento que crecía en la ribera del río de Arias en las afueras de la ciudad, se abrió un espacio lo suficiente como para introducir la mano en la cavidad, á manera de buzón, la cual quedaba invisible cubierta con la tapa que se le formó con la misma corteza. Era costumbre por entonces enviar las criadas al río para el lavado de la ropa o para conducir el agua para el servicio doméstico. Pues estas criadas, fieles con amor a sus señoras y entusiastas patriotas, conducían con la ropa los papeles de la correspondencia, los cuales eran echados en e1 árbol sin ser vistas. El jefe patriota Burela, que tenía su gancho instruído en el secreto, recogíalos con idéntica solicitud, y colocaba allí los de su lado para sus averiguaciones. que las mismas criadas introducían luego a la ciudad.


Doña María Loreto Sánchez Peón de Frías
Ocurrió en una oportunidad que era necesario conocer el número de tropas con que contaba el enemigo en Jujuy. Entonces, una mujer de talla elevada, de formas finas, de cabello castaño y ojos azules, de un cutis blanco apagado, vestida con traje de gente humilde y menesterosa aparecía por las calles de Jujuy, haciendo de viandera. Llevaba sentada sobre la cabeza un gran cesta cargada de pan, fabricación de sus propias manos. Con ella penetraba holgadamente a los cuarteles del rey, buscando siempre de hacerlo a plena vista, y sufriendo con risa y buen humor las chanzas y las insolencias de la soldadesca. Esa mujer era doña Loreto Peón, que iba  tomar cuenta y razón de las fuerzas de Pezuela o de La Serna. No siendo diestra en contar, y para no ser interrumpida, llevaba en el bolsillo de la pollera porción conveniente de maíz que tal era el sistema de contabilidad que usaban por entonces las mujeres y dos bolsitas vacías y colgadas en la cintura. Sentada allí con su pan en el patio del cuartel, iba hechando un maíz a la bolsa derecha a los que cantaban presente y en la izquierda a los ausentes. Lograba de esta manera saber el número exacto de enemigos existentes en aquella plaza como así también los que caían o desertaban; operación que repetía cada vez que llegaban refuerzos del Perú, comunicando luego el resultado al jefe patriota de Salta. Su pasión por la patria queda con todo esto pintada en la historia como una de las mujeres mas audaces y valientes. Llegó a vivir hasta los ciento cinco años de edad, y hasta sus últimos días aun se prendía en el peinado, totalmente blanco, los moños celestes de la patria, fue de este modo como ella, la última que ostentara aquellos distintivos de guerra que caracterizaron por largos años la pasión política en Salta, mereciendo que algunos de sus conciudadanos le dieran el nombre de madre de la patria.


viernes, 9 de octubre de 2009

Jornadas del Bicentenario en la Jefatura Distrital

Jornadas del Bicentenario en la Jefatura Distrital de Quilmes, para directivos y docentes.
a cargo de la Lic. Nancy Castagnini

Programa

Primera jornada: 9 de octubre

A) Conceptos del Bicentenario: significado y alcance historico nacional e internacional.
B) Manzana de Las Luces, cuna de la intelectualidad nacional y de los acontecimientos históricos más significativos de la Nación:

1. Período Jesuítico: antecedentes históricos y legado arquitectónico y cultural.
2. Origen del nombre "Manzana de las Luces"
3. Desarrollo Histórico.
4. Personajes destacados.
5. Instituciones que allí funcionaron: Legado institucional y arquitectónico
6. La Iglesia de San Ignacio.
7. Aspectos relevantes en arte, ciencias, letras, política, etc.
VISITA GUIADA A LA MANZANA DE LAS LUCES DIA 14 DE OCTUBRE A LAS 14,00 HS.

Segunda Jornada : 16 de octubre (a confirmar)

1. Evolucion intelectual desde sus orígenes hasta hoy.
2. La Biblioteca.
3. La Sala de Representantes
4. Colegio Nacional Buenos Aires: evolución y personajes.
5. Otras dependencias de la Manzana: los túneles.
6. Historiadores que han trabajo en la investigación de la Manzana: características del Instituto de Investigaciones Históricas de la Manzana de las Luces, integrantes actuales.

Para más información dirigirse a la Jefatura Distrital Quilmes, calle Espora, Bernal.

jueves, 8 de octubre de 2009

DESCRIPCION DE SARMIENTO POR WILDE


SARMIENTO  EN  UNA   CARTA   DE   EDUARDO WILDE


Veo que le han hecho una fiesta espléndida a la estatua de Sarmiento. Desgraciadamente, el original no sabrá nada de eso, habiéndose ido de este mundo cargado solamente con los denuestos, injurias y demás lindezas de sus detractores de treinta años.

Todas las biogra­fías son falsas porque contienen, no el retrato del biografiado, sino su copia en el cerebro y las pasiones del biógrafo. Generalmente, son demasiado elogiosas y pasan sobre los vicios o defectos sin mirarlos o atenuarlos, porque los autores no tienen por punto de mira el bien del sujeto en cuestión, sino su propia repu­tación literaria o de historiador. Y son tanto más defectuosas cuanto más cerca están de la época en que el héroe falleció por razón de bailarse vivos los parientes, los amigos y las enemigos. Así, todo cuanto dicen ahora de Sar­miento peca de inexacto en falla o en exceso inclusive el siguiente juicio:
Sarmiento no era propiamente un hombre de Estado, aun cuando tenía muchas  de las cualidades necesarias para serlo. Era irregular e instable en muchas de sus doctrinas; sus co­nocimientos no estaban sujetos a método algu­no y su instrucción parcial y a vetas, con estrecheces y expansiones no siempre expli­cables, adolecían de las deficiencias propias de la falta de disciplina universitaria.
Sus pa­siones bien acentuadas, como que se habían criado sueltas en las épocas de revolución, de odios y persecuciones, enfermaban a veces su juicio, y como éste correspondía a un cerebro poderoso que tenía dotaciones de genio, sus alejamientos de la verdad normal marcaban más bien saltos que pasos.
Su alma se aseme­jaba a un bosque de zona tórrida en el que no faltaran, a pesar de las leyes de la vegetación que excluyen los exotismos, plantas cultivadas de otros climas; y todo ello era abundante, vigoroso, semi confuso,  pero fecundo, potente y fertilizador.
Sarmiento no nació para ser entendido, sino sentido. Era un grito, no una palabra. Por eso pudo hacer lo que no fluía netamente de su estructura: enseñar métodos de educación sien­do el ser más antimetódico que haya existido, precisamente por cuanto so talento tenia vetas de genio y los genios no obedecen a los reglamentos.
Él enseñaba hasta lo que no sabía, porque lo evocaba y hacía nacer en su auditorio con su gesto, con una interjección.
Propiamente, las masas de ideas que pobla­ban la cabeza de Sarmiento no podían llamarse conocimientos, sabidurías; él no sabía nada, porque nada había aprendido; él había produ­cido por sí mismo su dotación de nociones, casi en la totalidad de su extensión, y procedía como los astros luminosos que no saben nada de la luz, pero la generan, la gestan — dispense el verbo — y la derraman a torrentes sobre los orbes.
Había en sus modos de discurrir algo del procedimiento de los preparadores de museo para con los huesos incompletos cuyos agujeros y fallas llenan con yeso, dando a la parte añadida contornos probables en el hueso natural, pero de pura suposición cuando faltan los mo­delos.
Así se manejaba Sarmiento ante las defi­ciencias de su información; su alta inteligencia llenaba los claros por intuición, por deducción, por analogía, por inducción, por ampliación, por invención finalmente.
A veces le ocurría inventar el hueso entero para completar el esqueleto, y el hueso resultaba ser de otro animal; o le solía salir largo, torcido, contrahecho, exagerado en un sentido o en otro, y la exageración, como se sabe, es uno de los casos de la mentira. Sarmiento, por esta  razón y una vez puesto en la corriente, men­tía pues, cuando venía a mano, en sus citas y en sus afirmaciones; y al recordar esto no ofendo al eminente amplificador, por haber dicho él mismo, en alguna parte, que los Sarmiento tenían fama de embusteros. Por lo de­más, casi todos los oradores de su tiempo participaban de esta socorrida ventaja.
Vélez inventaba autores y les atribuía pala­bras, frases y doctrinas que jamás produjeron. A veces la falsedad no era tan completa y sólo el presunto autor era el inventado, corres­pondiendo la doctrina, puesta al revés, a otro sujeto.
Esto podía hacerse antes con cierta impu­nidad; ahora sería ello peligroso por haber subido en las asambleas el nivel de erudición.
La verdad es que al oír discurrir a Sar­miento con aquella su abundancia de ideas, con el vivo colorido de sus frases, con la fir­meza de sus períodos, con la proliferación y tropical frondosidad del mundo de sus doctri­nas y principios, nadie sospechaba la deficien­cia de sus datos y las fallas en sus estudios y lecturas.
Hablando, parecía maestro en todo: en ciencias, en arte; en todas las ciencias y en todas las artes, hasta en las novísimas manifestaciones de la política, la economía y la ciencia social.
No obstante, un diagnosticador de los pro­cesos cerebrales en la formación de las ideas, juzgando fríamente, habría encontrado que parte del bagaje capitalizado era el producto de una singular y constitucional autogestación y por eso también, en el conjunto, habría notado enormes vacíos, pues en los conocimientos del hombre, las lagunas no alcanzan a llenarse sino por concurso de pensadores, por  maduración de las ideas a través de las generaciones.
Una fórmula puede ser entrevista por el genio que salta sobre los detalles y los antecedentes racionales, sin verlos ni sospechar­los...
La educación o, más bien, la instrucción pri­maria argentina le debe mucho, pero no se lo debe todo, como algunos pretenden. Le deberá tal vez lo principal y le debe, sobre todo, esto, para lo cual se necesitaba coraje y condiciones excepcionales: ¡el haberla puesto en moda! La moda,  la ley ineludible y poderosa que alcanza hasta a la muerte, a la cual Dickens, en una de sus frases eternas, llamaba "la moda de todos los tiempos”.



¿Por qué Avellaneda, habiendo sido un hombre de Estado tan eficiente y tan notable no tiene ahora, ya, también, su estatua a la par de la de este don Faustino, como él le llamaba cuando se las había con algunas de las genialidades de su Presidente?
Porque se sienten antes los efectos de una tormenta que los de una lluvia fina y continua.
Sarmiento llenaba la atmósfera de rayos, relámpagos y truenos. Avellaneda envolvía la tierra que pisaba en una nube; la empapaba, la penetraba, la abrigaba y la fecundaba. Su trabajo era lento y, por lo tanto, menos percep­tible. Pero, ¿quién podía dejar de oír a Sar­miento? El sello más indeleble de su persona psíquica era "la imposibilidad de pasar des­apercibido".
Donde él estaba había conflicto, gresca, pe­lea, batalla, terminando todo ello, en la ma­yoría de los casos, por un beneficio positivo para su país, por el establecimiento de una doctrina saludable, de una conquista en el camino de la civilización. Así, en todas partes, este hombre extraordinario resultaba "educan­do" por vías incalculadas y siendo él mismo ineducado e ineducable, o sea, para evitar malas interpretaciones, inmodelado e inmodelable.
Su estatura, su cuadratura — diré —; sus maneras, su voz, las acciones de sus manos, los movimientos resueltos de su cabeza, el tem­blor que esos sacudimientos imprimían a sus mejillas cuando la edad había aflojado la trama de sus carnes; sus facciones, su frente, su nariz chica, desproporcionada; su boca gruesa, expresiva; todo en él expresaba energía, reso­lución, firmeza. Su cara y la actitud de su cuerpo provocaban, desafiaban y transparentaban el deseo de ser agredido a su vez, y era la efigie del atleta que se prepara a la lucha. Había en su mirada, por mo­mentos, cierta ferocidad y en su aspecto, cuando iba a comenzar un discurso en el Senado, algo de animal antiguo y formidable; parecía que de las razas extinguidas se había levantado un representante antediluviano, y el que oía su oratoria no tenía tendencias a modificar su impresión, al medir las zonas, los espacios, y las épocas históricas que abarcaba, como si expusiera la gestión entera de la raza humana.
 El pueblo argentino es impresionable, como todos; pero tal vez en mayor grado y se deja seducir por las muestras de coraje, energía,  resolución, valor físico, en una palabra.
Él, a la par de todas las agrupaciones de los hombres, y salvo  diferencias pequeñas, tiene un culto irreflexivo por cuanto significa determinación para afrontar un peligro físico y, en general por toda tensión orgánica para ejecutar  sin vacilación algo positivo. Aclama y admira esas calidades, aun cuando se ejerzan en su daño y está dispuesto a creer en la superioridad de quien las posea.
Ese culto por el valor físico es instintivo y no racional, porque ante la alta inteligencia que toma los quilates de las calidades del hombre, el valor físico ocupa un lugar secundario; cualquiera lo tiene; la prueba es que todos están obligados a ser soldados, por la ley. Entre­tanto, cuan pocos hombres poseen el valor mo­ral de afrontar una responsabilidad cuando sus actos no son del agrado popular.
Sarmiento tenía los dos valores, pero la masa del pueblo lo aprecia por el primero y sabe muy poco del segundo. Esa misma masa, encabe­zada por gentes selectas a veces, lo ha com­batido y repudiado, principalmente en la me­trópoli, donde precede el pueblo a los hijos de las provincias, mientras viven, como el mar con los cuerpos extraños, todo su afán es echarlos a la orilla y encallarlos entre las toscas, mientras mantiene a flote los corchos porteños, livianos, salvo numerosas excepciones, y siempre airosos.

Dr. Eduardo Wilde
1889