Oscar Sbarra Mitre
El León de Francia
Nació en Francia en el siglo XDL Era hijo de la libertad y fue
hermano de los libros. Vio la luz en Toulouse, un 15 de febrero de 1848, esa ciudad donde otro franco-argentino de la misma dimensión, Carlos Gardel, amaneció a la vida, casi medio siglo después. La literatura lo tuvo por protagonista, la historia como lúcido ensayista, y el teatro gozó del consagrado espíritu de sus críticas y de su breve incursión en la dramaturgia. Pero fue la Biblioteca Nacional la que más se benefició con su ímpetu casi obsesivo, su convicción férrea, su voluntad indomable y su inconmovible fe.
Paul Groussac la dirigió durante más de 44 años desde aquel 19 de enero de 1885 hace 125ª años, después de la sopresiva muerte del Dr. José Antonio Wilde, el primer director de esa Biblioteca, hasta el 27 de junio de 1929 cuando, anciano y ciego, lo sorprendió la muerte en el viejo solar de la calle México.
El director vivía en los altos de esa casa que su tenacidad logró para las letras impresas, convenciendo tanto al ministro Osvaldo Magnasco como al presidente Julio A. Roca, allá por principios de este sigo. El edificio había sido concebido para la Lotería Nacional , pero, finalmente, fue cedido como hogar de los libros, inaugurado en esa prestigiosa función el 27 de diciembre de 1901. Resultó, en cierto sentido, una suerte de esotérico homenaje previo a otro grande que ocuparía el sillón de Groussac: Jorge Luis Borges. La lotería en Babilonia y La Biblioteca de Babel, concebidas en la ficción por nuestro escritor más planetario, se amalgamaban en la realidad décadas antes de nacer en los sueños borgeanos.
Bibliotecario de la estirpe de Eratóstenes de Cirene - el mítico conductor de la no menos legendaria Biblioteca de Alejandría -, catalogador mayor, editor y director de la revista La Biblioteca (y luego de Anales de la Biblioteca ), impulsor de la norma legal – implementada más de treinta añas después por la ley Nº 11.723 de derechos de autor - que impone la consignación a la Biblioteca Nacional de un ejemplar de todo lo publicado en el país, y acrecentador permanente del patrimonio bibliotecológico, aquel francés que llegó a estas tierras con sus jóvenes 18 años recién cumplidos, su enorme bagaje de ilusiones, su carácter ásperamente leonino, y sin conocer ni una palabra castellana, dejó una indeleble huella - quizás insuperable - en la historia de la antigua Biblioteca Pública de Buenos Aires devenida en Biblioteca Nacional.
Por eso Jorge Luis Borges unifica, en la última estrofa del inigualable Poema de los Dones, su vida con la del ilustre antecesor en el ámbito común de la Biblioteca que tanto amaron (“Groussac o Borges, miro este querido/ mundo que se deforma y que se apaga/ en una pálida ceniza vaga/que se parece al sueño y al olvido").
Es el que comienza señalando “la maestría de Dios” que le brindan "con magnífica ironía" a la vez los libros y la noche. Quizás la bondadosa sagacidad del Señor consistió en otorgar a la Biblioteca Nacional , como preciosos "dones", a Groussac y a Borges, ¿por qué no?
SBARRA MITRE OSCAR
“Efemérides de fin de milenio. Página 12 – Colección din del milenio – diciembre 1999; Buenos Aires
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